Tristeza de
arrepentimiento y palabras no pronunciadas que se pudren en un rincón
tardío de un recuerdo imaginado. Sentado en el parque, con la mirada
clavada en el suelo, se oculta del tiempo. La conciencia se balancea
ebria como un borracho en alta mar intentando sostener su copa para
pronunciar el último gran brindis antes de que la tormenta se lleve
a pique al barco con nombre de mujer. Sin levantar la cabeza,
extiende sus manos en busca de la sombra que lo acompaña desde el
día que un barco con nombre de mujer se hundió. Ella le responde
con una suave caricia y una mentira que le susurra al oído. Y pese
a saber que es mentira, sonríe, no tiene nada más, y se la guarda
para él. Coge un palo y escribe en la arena un nombre que no logra
olvidar y lo sella con un lágrima que no sirve de nada. Así que,
busca entre sus bolsillos y encuentra un cigarro a medio fumar.
Levanta la cabeza por un instante y le pregunta a un cuidador: Me
puedes dar fuego?
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