La noche en que se
equiparen el peso de la duda al peso de la vida, el día en que las
mentiras no necesiten cuerpo y pese a ello las acaricie hasta
convertirlas en mis amantes que, compasivas, me arranquen los ojos,
ese día osaré redactar la carta de despedida que tengo atragantada
a cada paso, en sueños y, entre línea y línea.
Un saxo balancea la
nocturnidad de mi colección de pretextos para no ocultarlos. La
indigencia de mi corazón no respeta su propia tristeza. Entre los
escombros de una ciudad que nunca fue construida, los hijos no
nacidos avivan un fuego redentor que con el que quemar viejas
historias, viejos recuerdos. En una pared blanca un niño dibuja
notas con un trozo de carbón. Mientras siga componiendo todo irá
bien, se dice. Pensamientos atrapados en una puerta giratoria de
doble sentido, que vergüenza, me han atropellado y llevaba tus
bragas de anoche, cariño. Y llegó la lluvia. Y las notas se fueron
desvaneciendo de la pared blanca, pero el niño siguió escribiendo
entre lágrimas. Y de momento, todo va bien?
Los premios cada vez son
más amargos, cada vez me hace menos caso cuando hago mis gracias, ya
no me lleva a dar los paseos largos que solíamos dar y creo que este
verano me va a abandonar mi dueño, ese que nunca he conocido, y seré
un humano más abandonado de la mano de dios.
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