Sube la marea de la
imaginación que me permite flotar al a deriva en el mar del olvido.
El tiempo pierde densidad mientras sueños sin dueño ebrios de
libertad danzan al ritmo que marca mi corazón. Las caricias se
desatan desde los cuatro puntos cardinales para unirse en un espasmo
de placer en lo más hondo de mis entrañas. Y un silencio que nunca
muere acompaña una paradoja de notas que se persiguen en perfecta
desincronía. Me siento vivo mientras aquel pintor ciego retrata mi
desnudo sobre un lienzo infinito en un cielo púrpura. La oscuridad
mece la noche con tanto cariño que podría besar la luna y ella
desgarrarme la espalda con sus uñas. La dama saca brillo a las
palabras que nunca pronunció, y los gestos se deslizan por un suave
manto de emoción. Las cadenas que me tenían atado se han convertido
en livianos pañuelos de seda que cortejan mi cuerpo.
Quiero aprender a jugar de nuevo,
porque me cansé de buscar.
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