El tiempo, exhausto, se detuvo a
contemplar la belleza de mi tristeza volcada sobre el tapete de
flores muertas. La calle sin salida se extendía más allá de donde
alcanzaban mis sueños, allí donde moría el horizonte y nacía tu
mirada en un rincón oscuro de mis recuerdos. La melodía se alejaba
lánguidamente, mientras mi esperanza buscaba una salida golpeándose
contra los fríos muros de la indiferencia. Con un gesto ingrávido
mantenía encendida la llama trémula que dibujaba la sombra de la
noche. El silencio era cada vez más palpable. La marea borraba mis
pasos por la arena. Y el tiempo prosiguió su camino.
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