martes, 14 de mayo de 2013

el pianista



La cajita de las sorpresas estaba vacía, metí mi mano en los bolsillos sin fondos ni fondo. La habitación se hacía cada vez más pequeña y la imaginación luchaba contra las esquinas de este, mi cubo. Me senté en el borde de la cama escuchando la música, como si fuera la banda sonora de esta escena tan brutal de agonía.
La incertidumbre de un sueño a medio partir que es alcanzado por un despertador atronador que anuncia la hora de abandonar el barco. Primero lo abandonan las ratas (mi cobardía), los niños (mi inocencia), después las mujeres (mi sensibilidad) y por último el capitán (mi consciencia de saber que yo mismo he provocado el choque contra el iceberg de la realidad, y la seguridad de que no voy a sobrevivir.)
Notas que brincan por una partitura, un músico que las persigue, mientras una rubia de pote se insinúa al público borracho tendida sobre el piano. Una pata del gastado instrumento cede, y la chica se desliza con un golpe contra el suelo enmocatedado, un instante par ver como cae encima de su cabeza la cola del piano. La moqueta se tiñe de rojo, se cierra el telón y entran los payasos.
El pianista llora desconsolado en su habitación, intentado dejar la mente en blanco, sentado al borde de la cama que un día compartieron.

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