Grabadas en
la piel tengo las respuestas del examen. Tanto dolor para no
suspender, esta vez no. Oigo: “TIEMPO”. Miro el reloj. Son las
doce, dispongo de veinticuatro horas para redactar y argumentar las
conclusiones a los misterios de toda una vida. Brillantemente, me
esmero en utilizar acertadas comparaciones y metáforas que ilustren
para dar más claridad a lo expuesto. Todo lo que he aprendido en una
vida, de nuevo puesto a prueba. Esta vez no voy a suspender, esta vez
no. Desde los traumas de niñez a los errores de madurez pasando por
un resumen de sentimientos. Me sobraba tiempo, aún asi, lo apuré
para que fuera la prueba perfecta de mi aprendizaje. Al fin, con el
examen completo y ya relajado sonó de nuevo la voz: “TIEMPO”.
Me levanté
del pupitre y me acerqué hacia la voz lentamente. Cuando llegué a
ella, sin poder evitarlo. Rompí el examen en añicos y lo dejé
caer como copos de nieve sobre la mesa. Y dije: “Esto es lo que me
has enseñado”.
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