miércoles, 27 de marzo de 2013

Enfermedad


Un libro en blanco que lo dice todo, y la punta de una hoja doblada que marca donde desapareciste de mi vida. Breve pausa antes de zambullirme en las marismas de los por qué. Suena la alarma desde el emisor del cuarto de la inocencia, mientras fornico con mi conciencia. Y en las cuadras los caballos se desbocan al oír el gemir de mi joven princesa al perder el zapato de cristal. Tejiendo sueños en el desván tengo recluido a mi inconsciente, mientras la emoción se la está mamando. Y los cuadros torcidos nunca reflejan del todo bien mi pose ecuestre. Es parte del juego de palabras que improvisamos las noches de tormenta en que la calle se llena de pureza. 1, 2, 3 , 4, 5, 6, 7, 8 , 9, 10 y … mierda, siempre pierdo la cuenta de las oportunidades cuando se cierran los puños para golpear el vivo retrato de la puta en el espejo. Las pertenencias que dejó la dulzura cuando abandonó su puesto de vigilancia, me sirven para maquillar una sonrisa en mi miedo. Bendita escritura automática, maldita realidad que la inspira. Doy otro trago, brindando con el tiempo perdido. Víctima de mis aspiraciones, reúno al público que pasa por la calle desierta, para obsequiarles con juegos de manos sin truco. Traicionado por la epopeya de una civilización que vive una utopía (que paradoja más repugnante), la mujer del saco sigue mis huellas pese a mi inmovilidad, tal vez sea yo misma. Busco un ático con vistas al abismo, a poder ser soleado y con aire acondicionado. Tropezando con la cuerda de saltar a la comba doy de bruces con un asfalto blando y pegajoso.

Despierto de repente con la extraña sensación de haber escapado por un rato de esta enfermedad que me está matando. Y dibujo una carcajada silenciosa que despelleja la luz que entra por la ventana.

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