sábado, 30 de marzo de 2013

Propongo romper el prisma.

Condenado a una inmadurez siempre repentina, hacía recuento de sus soldados de plomo, el profesor de filosofía, mientras un tren azul eléctrico era asaltado por pesadillas demasiado reales. El tablero iba empequeñeciendo, fracaso a fracaso, y los dados estaban plomados. De nuevo un seis borraba su conciencia en un juego de manos del hombre manco. La magia se desplomaba sobre si misma como un castillo de naipes de una baraja formada íntegramente por un dos de corazones que se repite con la severidad de cincuenta y dos sueños rotos. Hay que saber diferenciar la condena del condenado. Me duermo entre la muchedumbre ciega que lo observa todo, mecido por una mirada muda que, testimonio erecto de la duda, se mira al espejo y deja caer una lágrima. El caminante está agotado y el sendero acaba de empezar.


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