I
La
certeza de mi perennidad alumbra el sórdido pasillo de mis
conclusiones. La traición fue sellando las ventanas de la inocencia
en este corredor de la muerte. Tu cara me suena, no nos habremos
cruzado en el laberinto? No importa, realmente no importa, tarde o
temprano no encontraremos en la fiesta sorpresa de que nos depara el
destino, esa puta que nos hizo pagar por adelantado. El soborno de
todo una vida por un instante de comprensión. La densidad de un
amigo que se fue, la magnitud de unas malas cartas. Danzar de
espaldas a mi handycap.
II
Pase
señor Doctor y tumbese en el diván y raje, sé que lo necesita,
hableme de su infancia, hableme de todos aquellos pacientes que ve
cada día y es incapaz de curar, a los que se limita a drogar y
evitar que se cuelguen, cuénteme como hay noches que no puede cenar
y de las pesadillas que le despiertan a media noche envuelto en
impotencia y culpabilidad por prostituirse a las empresas
farmacéuticas. Dígame lo que tenga que decir y váyase (y no olvide
tomar su medicación).
III
Eterna
noche de luna emancipada, en una ciudad sin estrellas. Indago con un
dedo en la herida ya seca de mi alma en busca de la llave que alguien
un día en ella escondió, aquella que abre el candado de la jaula
de los pájaros que tengo en la cabeza. Mientras, les doy alpiste.
Acostumbrado a los picotazos, me pregunto cuantas veces me dejaran
doblar la apuesta.
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