domingo, 16 de septiembre de 2012

señor Dr.

I
La certeza de mi perennidad alumbra el sórdido pasillo de mis conclusiones. La traición fue sellando las ventanas de la inocencia en este corredor de la muerte. Tu cara me suena, no nos habremos cruzado en el laberinto? No importa, realmente no importa, tarde o temprano no encontraremos en la fiesta sorpresa de que nos depara el destino, esa puta que nos hizo pagar por adelantado. El soborno de todo una vida por un instante de comprensión. La densidad de un amigo que se fue, la magnitud de unas malas cartas. Danzar de espaldas a mi handycap.
II
Pase señor Doctor y tumbese en el diván y raje, sé que lo necesita, hableme de su infancia, hableme de todos aquellos pacientes que ve cada día y es incapaz de curar, a los que se limita a drogar y evitar que se cuelguen, cuénteme como hay noches que no puede cenar y de las pesadillas que le despiertan a media noche envuelto en impotencia y culpabilidad por prostituirse a las empresas farmacéuticas. Dígame lo que tenga que decir y váyase (y no olvide tomar su medicación).
III
Eterna noche de luna emancipada, en una ciudad sin estrellas. Indago con un dedo en la herida ya seca de mi alma en busca de la llave que alguien un día en ella escondió, aquella que abre el candado de la jaula de los pájaros que tengo en la cabeza. Mientras, les doy alpiste. Acostumbrado a los picotazos, me pregunto cuantas veces me dejaran doblar la apuesta. 

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