La mecedora se batía contra el viento
mientras la gente moría de soledad. Calles infectadas de sueños
muertos que pisar día a día. El camino de baldosas amarillas me
había llenado los pies de ampollas, y la esperanza cada vez se
parece más a un amigo que se ha ido lejos, al distanciamiento entre
carta y carta y a la velocidad del olvido al que está condenado. Con
los bolsillos llenos de piedras seguimos caminando río arriba hacia
el nacimiento de la vida. Todo encaja cuando giras la cabeza y miras
hacia atrás sin temer al vértice que ineludiblemente te cojera por
sorpresa y solo, siempre solo. “El sufrimiento, ¿valió la pena?”
Recitaba su esquela.
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