La
muerte extendió su frialdad sobre el cuerpo de Nicolás como un manto de
incertidumbre, como una suave caricia inacabada, como un recuerdo que nunca
llega a tiempo. Aquel siete de octubre Nicolás cogió la tangente de un universo
que lo dejó en el silencio de su propia ausencia llenando el vacío de comprensión
sin sujeto. No hubo descenso a los infiernos, no hubo ascensión al cielo, no
hubo. La televisión siguió emitiendo la programación prevista, y a su vez la
televisión dejó de existir. Los gemidos de su perro molestaban a la vecina así
que como no contestaba a la puerta, llamó a los mossos al tercer día. Acudieron,
Nicolás abrió la puerta y pidió excusas, alegando que había estado muerto.
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