Siguiendo el sendero que
trazaban sus palabras me fui adentrando en un mundo oscuro y
tenebroso donde el aire se volvía denso y los movimientos lentos y
toscos. En cambio sus palabras seguían fluyendo con rapidez y
locuacidad, provenientes de su propio mundo, él sin duda estaba en
su hogar. Hogar de miedos y temores, de traumas y mentiras, de
laberintos sin salida, de juegos sin reglas, de reinos sin reinas, de
aterciopelados latigazos, y cera en los pezones. La noche se nos
venía encima, pero el tenía mucho más que contarme, mucho más.
“La verdad es que nunca
me plantee recorrer el camino que me ha traído aquí, a esta sala, a
este momento, a ti. Aunque desde un principio sabía que acabaríamos
conociéndonos esta noche tan calurosa. Incluso sé porque razón.
Simplemente debía hacerlo, como un buen soldado cumpliendo ordenes,
no las cuestiona.”
“Quién te daba las
ordenes?” Me pareció la pregunta más adecuada para poderle colgar
un diagnóstico esquizoide, archivarlo y salir de ahí volando, algo
no andaba bien.
Soltó una carcajada. De
repente se serenó y muy serio me dijo sosteniendo mi mirada. “De
verdad no lo recuerdas?”
Se me erizó toda la
piel. Y un escalofrío acompaño a mi intuición por un descenso
salvaje a lo largo de la columna vertebral.
“A que juegas? Llevamos
casi todo el día aquí. Y lo único que he oído han sido
aberraciones sin sentido, explicaciones a medias. Encontraron siete
cuerpos mutilados en vida en tu sótano, y yo estoy aquí para dar mi
diagnostico. Y ni siquiera he conseguido saber quién eres."
“Yo soy la puerta”
“Qué puerta”
“La puerta a tu
subconsciente”
Dos hombres vestidos de
blanco miraban por la ventana de una puerta a un hombre interrogarse
a si mismo. Uno parecía que iba a decir algo pero se calló.
Joe se levantó y apagó
el televisor.
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