domingo, 15 de julio de 2012

Lencería para la angustia.



Siguiendo el sendero que trazaban sus palabras me fui adentrando en un mundo oscuro y tenebroso donde el aire se volvía denso y los movimientos lentos y toscos. En cambio sus palabras seguían fluyendo con rapidez y locuacidad, provenientes de su propio mundo, él sin duda estaba en su hogar. Hogar de miedos y temores, de traumas y mentiras, de laberintos sin salida, de juegos sin reglas, de reinos sin reinas, de aterciopelados latigazos, y cera en los pezones. La noche se nos venía encima, pero el tenía mucho más que contarme, mucho más.
“La verdad es que nunca me plantee recorrer el camino que me ha traído aquí, a esta sala, a este momento, a ti. Aunque desde un principio sabía que acabaríamos conociéndonos esta noche tan calurosa. Incluso sé porque razón. Simplemente debía hacerlo, como un buen soldado cumpliendo ordenes, no las cuestiona.”
“Quién te daba las ordenes?” Me pareció la pregunta más adecuada para poderle colgar un diagnóstico esquizoide, archivarlo y salir de ahí volando, algo no andaba bien.
Soltó una carcajada. De repente se serenó y muy serio me dijo sosteniendo mi mirada. “De verdad no lo recuerdas?”
Se me erizó toda la piel. Y un escalofrío acompaño a mi intuición por un descenso salvaje a lo largo de la columna vertebral.
“A que juegas? Llevamos casi todo el día aquí. Y lo único que he oído han sido aberraciones sin sentido, explicaciones a medias. Encontraron siete cuerpos mutilados en vida en tu sótano, y yo estoy aquí para dar mi diagnostico. Y ni siquiera he conseguido saber quién eres."
“Yo soy la puerta”
“Qué puerta”
“La puerta a tu subconsciente”

Dos hombres vestidos de blanco miraban por la ventana de una puerta a un hombre interrogarse a si mismo. Uno parecía que iba a decir algo pero se calló.

Joe se levantó y apagó el televisor.



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